Desde 1940 hasta finales de la época; en Europa la moda cambio completamente pasando a segundo plano, debido al contexto social que le rodeaba: la guerra.
Ya no gustaba demasiado el lujo de las estrellas de cine de los años 30 que se consideraba vulgar y antipatriótico. Y las telas que alguna vez fueron usadas por la alta sociedad como la seda y el nailon se requisaron para hacer paracaídas.
En Inglaterra y París se obligaba a limitar el consumo de telas, ya que estaba prohibido su despilfarro, además de llevar adornos excesivos, en cambio el gobierno ofrecía ropa a precios fijos a través de cupones.
Las mujeres iban por la calle con ropa austera y práctica basada en faldas hasta la rodilla, chaquetas con hombreras y zapatos gruesos. Y a veces las adornaban con cintas de colores y detalles de flores. El pelo se recogía en moños o se cubría con pañuelos. Los vestidos se adornaban con cinturones, botones militares y los de color negro llevaban cuellos y puños en color blanco.
Otras se hacían su propia ropa con trozos de cubrecamas. Y en casa o para trabajar en el campo o en las fábricas, comenzaron a llevar pantalones holgados. En definitiva, el look se militariza. La ley era: improvisar y remendar.
Los diseñadores colaboraron con los gobiernos con el fin de crear ropa de servicio como Norman Hartnell y sus uniformes ingeniosos basados en vestidos verdes con mangas largas que se abrochaban o desabrochaban para las mujeres que trabajaban de socorro.
Otros cerraron sus tiendas como Chanel o Vionnet y otros como Charles James o Mainbocher se marcharon al extranjero.
Después de la guerra, París tuvo que demostrar que seguía siendo la capital de la moda, gracias a una ingeniosa exposición en miniatura de prendas de diseño.
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