Una de las cosas más interesantes de visitar una ciudad como Melbourne es descubrir las decenas de locales diseñados con la particularidad de intentar romper estructuras y clichés. Además, si a eso le sumas buena comida, tienes todo ganado.
Para los diseñadores es muy interesante unir fuerzas con interioristas e ilustradores, así como arquitectos o artistas de otros campos. Melbourne es una ciudad excelente para combinar tanto disciplinas como ingredientes.
Para empezar, descubrimos la Piccolina Gelateria, en el 296 Smith Street, Collingwood. En este local se combinan bancos de baldosas curvas y letreros pintados a mano.
El espacio, fundado por Sandra Fonti, con background de diseño y vocación de heladera, proviene del trabajo junto a sus amigos de Projects of Imagination y la consultoría de interiores Hecker Guthrie.
Sandra creció haciendo gelato en casa con su padre, así que cuando decidió que quería cambiar de carrera, la idea de empezar su propia Gelateria surgió al instante.
El espacio de Collingwood fue un gran proyecto de renovación. El enfoque del diseño interior proviene de la mezcla de restaurar y preservar el antiguo espacio con el encanto del sur de Italia de 1950.
El verde, rojo y blanco en la marca es, de hecho, una referencia a la bandera italiana.
Siguiendo nuestro camino, topamos en el 190 High Street con una panadería ubicada en un antiguo espacio que pertenecía a una iglesia.
Boris, el panadero, elabora panes y pasteles en esta pequeña obra del diseñador local Seb Godfrey de Open Season.
El interior ha conservado muchas de las características de la antigua iglesia; parte del altar está ubicado debajo de la máquina de espresso y las paredes exteriores envían mensajes religiosos que cambian regularmente.
Finalmente, descubrimos el Hotel Jesus en el 174 Smith Street, Collingwood, que incorpora una brillante taquería mexicana con luces de neón dirigida por Matt Lane.
Este espacio engloba menús laminados, platos de plástico color crema, réplicas de mesas clásicas hechas a medida, un gran mosaico de los años 70, señalización pintada a mano, letreros de neón, santuarios para camareros mexicanos inconscientes y sillas azules apilables.
Una visión creativa minuciosamente planificada que engloba una amalgama de la escena gastronómica mexicana.
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